A veces la aparición breve y repentina de alguien nos lleva a expresar en voz alta un deseo, una obsesión o cualquier malestar. De pronto llega a casa un desconocido y en nuestro diálogo con él nos observamos a nosotros mismos de una manera nueva. Sin que nos pregunte nada, acabamos revelándole qué nos falta o dónde nos duele. Y antes de que se marche, querríamos que nos dijese qué nos pasa en realidad.
En el relato de John Steinbeck, Los crisantemos, la visita del afilador ambulante despierta en Elisa sentimientos que ella creía casi apagados.