La virtud de un texto brillante es crear en el lector la sensación de saber leer muy bien, de estar haciéndolo con claridad y precisión, le lleva a creerse capaz de recitar lo que sea. Leyendo un fragmento bello, el lector se engrandece, se crece, tiene incluso la impresión sublime de estar escribiendo.
Así ocurre con Neruda en Jardín de invierno:
…el hombre yo, el mortal, se fatigó/de ojos, de besos, de humo, de caminos/de libros más espesos que la tierra.